El pasado verano envié más de mil correos a profesores, doctores y catedráticos de física de distintas universidades del mundo. Trataba de explicarles las ideas que había desarrollado sobre física atómica y astrofísica durante casi 6 años de mucho pensar apasionadamente, con mucho esfuerzo. Dado que yo no soy físico, hice la carrera de Derecho y he trabajado en informática durante 12 años, tuve que comenzar desde el principio y lo hice por mi mismo, con esa pequeña lucecita que tenemos todos los seres que nos decimos racionales, y con la ayuda de muchos amigas y amigos que estudiaron distintas carreras de ciencia aunque por unas causas u otras (algo que es bastante común este país llamado España) ninguno de ellos ha ejercido profesionalmente como científico.
De todos los correos que envié recibí unas quince respuestas. De los físicos españoles que recibieron mi mensaje – he de decir que aquí envié pocos correos electrónicos – me contestaron dos. Una profesora que lamentaba no poder ayudarme porque su especialidad no era la gravedad, y un profesor español que me contestó con una sola palabra que decía «Rubbish», «basura» o «porquería» en inglés; me contestó en inglés porque mi correo estaba escrito – probablemente con muchas faltas gramaticales – también en inglés.
De los ingleses me contestó muy amablemente un catedrático de Cambridge diciéndome que el mío era el tercer correo que recibía en la semana, de físicos amateur que pretendían hacerle llegar sus teorías y que lo sentía mucho pero que entender lo que cada uno quería decir y pensar sobre ello requería de mucho tiempo y le resultaba imposible. Esta respuesta me pareció muy sintomática y me vino a confirmar lo que ya estaba percibiendo por otros cauces, que hay una corriente cada vez fuerte de gente que sin haber estudiado física se ha puesto a pensar por sí misma en los problemas que tradicionalmente han sido tratados por los físicos profesionales.
La física actual, en mi opinión, se ha convertido en un asunto puramente academicista. Es un terreno cercado, una especie de coto numantino al que sólo se puede acceder si se siguen los pasos – académicos – que hay que dar. Si uno es físico de carrera y ha hecho un doctorado en Harvard entonces puede decir que el giro retrógrado de Venus es debido a que puede que en su interior exista un núcleo magnético que ha dado lugar a la inversión del giro, o que la densidad de su atmósfera ha ralentizado su giro hasta el punto de invertirlo. Este tipo de hipótesis son admitidas con facilidad porque no representan ningún peligro para nadie. No cuestionan los modelos aceptados, los paradigmas asumidos sino que los confirman, aunque no haya ninguna prueba de su veracidad.
La física es para los físicos un medio de vida. Y todo lo que lo ponga en riesgo este modo de vida es visto como peligroso. Es una reacción instintiva, un deseo profundo de supervivencia. A algunos parece guiarlos también el deseo de perdurar, es humano también, y se afanan en buscar premios y reconocimientos, dejar su nombre impreso en alguna teoría, figurar entre los Nóbel, lo que sea con tal de pasar a la posteridad. Otros se ven impulsados por el afán pecuniario. Yo esto lo achaco al predominio de la cultura anglosajona. Los sciencepreneueur, los que se afanan en hacer dinero con la ciencia y su sueño son las millonarias patentes.
Recuerdo que en una entrevista que le hicieron a un reciente premio Nóbel de Física por haber descubierto el grafeno, le preguntaron si lo había patentado ya. El físico se quedó bastante perplejo con la pregunta, porque ¿cómo iba a patentar algo que existe en la naturaleza? pero la pregunta no iba nada desencaminada. A día de hoy muchas universidades del mundo tienen departamentos específicos para el estudio del grafeno que están dedicados a hacer patentes de sus posibles aplicaciones como si fueran churros para distintas empresas.
No digamos ya las patentes que se basan en la modificación del genoma de las plantas. Menos mal que los EEUU han puesto freno a las patentes sobre el genoma humano, por ahora.
En el siglo pasado la química progresaba por los afanes de hacer dinero con los tintes y colorantes. La industria y el afán de ganar es lo que parece dirigir la investigación y el progreso científico todavía hoy. Las grandes industrias dan de comer a mucha gente, investigadores incluidos. Solo el LHC es un monstruo que emplea a miles de físicos de todo el mundo y da trabajo a infinidad de empresas. Su coste ha sido de miles de millones de dólares y ya se está pensando en construir otro mayor. Y después vendrá otro, y luego otro y otro y otro.
Pero me he desviado del tema, hablaba del creciente fenómeno del pensar por uno mismo o una misma, no dando nada por supuesto. No dar nada por supuesto, ni siquiera lo que parece más evidente, ha sido siempre labor de los filósofos. La ciencia de hoy, inspirada por la física cuántica, ha renunciado a la filosofía. La filosofía se guía por la razón. La ciencia actual no. La ciencia actual ha admitido en aras del utilitarismo y el pragmatismo que la naturaleza es irracional y que está gobernada por el azar. Si podemos manipular la naturaleza para nuestros propósitos, da igual que la entendamos o que no. Como si el azar fuera algo que tiene alguna existencia. Lo mismo da.
Pero la La física atómica no se desarrolló para hacer dinero, se desarrolló en una carrera alocada espoleada por el tristemente conocido belicismo del pasado siglo. No se desarrolló buscando una cura a las enfermedades celulares, por ejemplo, se desarrolló para fabricar armas de destrucción masiva. La ciencia que sostiene toda nuestra actual bioquímica se desarrolló con el fin de destruir.
Tal vez sea por ello que la lucha contra las enfermedades esté basada más que en la comprensión de la causa primera de los mecanismos biológicos, en la destrucción de lo que aparece como anómalo. Nuestro modelo de sistema inmune descansa sobre un paradigma belicista, como si nuestras células tuvieran conciencia de que hay que eliminar a un invasor. Las células que se dividen aceleradamente son vistas como un enemigo a aniquilar. Llevamos decenios desarrollando y afinando mecanismos de destrucción celular como única esperanza para frenar las enfermedades oncológicas. En vez de buscar y comprender los mecanismos que nos permitan su modulación…
Sin conocer estos mecanismos se ha sido capaz de crear un gen sintético, pero es imposible saber cómo reconducir la duplicación excesiva de los cromosomas en el síndrome de Down o cómo reparar las enfermedades mitocondriales. No sabemos qué activa el «sistema inmune» en la llamada autoinmunidad. Nuestra ciencia, aun secuenciando todos los genes habidos y por haber, no tiene ni idea de cuáles son los mecanismo que regulan la vida. Por no saber, nuestra ciencia no sabe ni qué es un campo electromagnético, sólo se conocen sus efectos, a base de medirlos, cuando toda la biología es bioeléctrica, ni cómo se relaciona con la gravedad.
Hace poco se mencionaba en los medios con asombro que unas semillas de cerezo que habían permanecido 8 meses en la estación espacial internacional y había siso plantas en sus lugares de origen en Japón , habían fructificado a los cuatro años cuando esas mismas plantas fructifican normalmente a los 8 años. Y sus hojas, estaban formadas por cinco pétalos cuando normalmente tienen 30. Pero no se trataba de un experimento científico, había sido un acto testimonial llevado a cabo con ocasión de que uno de los astronautas era japonés. ¿De verdad a ninguno de nuestros sesudos científicos se le ha ocurrido hasta ahora que la gravedad pueda influir en el desarrollo celular? Pues me temo que no, dadas las explicaciones biologistas que se da de la pérdida de masa ósea que sufren los astronautas.
La gravedad es una aceleración y en las enfermedades oncológicas se aceleran los procesos de división, ¿no es de sentido común empezar a investigar por ahí? Lo sería para alguien que no supiera que la gravedad – así lo sostiene la física atómica actualmente aceptada – a nivel atómico es insignificante. La fuerza de los paradigmas aceptados en cada momento es capaz de cegar a la razón hasta el punto de hacerle invisible hasta lo que es más obvio.
A día de hoy en Estado Unidos se están realizando enormes esfuerzos para abrir la investigación oncológica a otras ramas de la ciencia que no sean la biología, cuyos esfuerzos no han podido todavía ofrecer una explicación adecuada de los mecanismos que da lugar a la enfermedad. Y se han creado equipos multidisciplinares – de carreras científicas todos ellos – dando especial relevancia al papel que puede desempeñar la mecánica cuántica. Pero ¿qué puede decirnos de los mecanismos biológicos un modelo – no olvidemos que siempre se está trabajando con modelos – que se basa en aproximaciones estadísticas, que no es aplicable a nivel astrofísico – como si existieran dos naturales, la de los grande y la de lo pequeño – y que afirma sin rubor que la naturaleza se haya gobernada por el azar?
De los físicos norteamericanos me contestó muy amablemente un profesor emérito diciéndome que lamentaba no entender mi explicación y me deseaba «suerte». El lo achacaba al lenguaje natural de mi correo, y a que él sólo podía pensar en términos matemáticos ya que la sutileza de las matemáticas no era expresable ni alcanzable por medio de ningún otro lenguaje.
Otro profesor de Harvard me contestó que tenía mucha prisa ya que estaba tratando de acabar un trabajo suyo y que no me podía atender.
Lo cierto es que yo en ninguno de los correos pedía nada, ni siquiera que se me respondiera.
Un profesor alemán me respondió en tono severo que esa no era la forma de hacer ciencia. Que si quería ser escuchado por la comunidad científica lo que tenía que hacer era escribir un artículo científico que me fuera publicado en una revista científica y así sería leído por la comunidad – es de suponer que – científica…
El tema de las revistas científicas merecería él sólo un libro entero. La forma en que se examinan los llamados paper – los artículos – y todo lo que ellos conllevan, daría lugar a otro libro más. El mercadeo, porque aquí al final todo se trata de un mercadeo – que se está haciendo con todo ello, otro más todavía.
Probablemente este texto parezca injusto y efectivamente lo sea. Pero es que a veces a uno le hierve la sangre ante tanta abulia.
Me contestaron también dos profesores hindúes con extraordinaria amabilidad, expresándome su gratitud por compartir con ellos mis ideas. Uno de ellos fue incluso tan amable que me dijo que pensaría sobre aquellos asuntos. De los más de 1000 emails enviados, fue el único en decirlo, aunque lo hiciera por cortesía.
Unos pocos anglosajones me enviaron acuse de recibo con un «gracias». Y creo recordar que no me escribió nadie más.
Envié también correos a investigadores internacionales – y nacionales – sobre el cáncer. De estos sólo me contestó un profesor francés, pidiéndome con simpatía que le enviara un resumen. Yo les decía que les enviaba aquellas ideas por si les servían de inspiración en sus investigaciones. Supongo que cuando uno está centrado en su trabajo y le llega un correo con teorías ininteligibles sobre física atómica, debe parecer que quien lo ha enviado es un lunático.
Pienso que la sociedad no es consciente de la responsabilidad que cada persona tiene para con la investigación. Los avances científicos no se consiguen con dinero. Tenemos la idea de que las cosas se consiguen con dinero y no es así. Lamento mucho ver a las personas que están padeciendo enfermedades graves en parientes cercanos muy queridos y se desviven haciendo recaudaciones para investigación. Pienso que las recaudaciones de fondos no sirven para la investigación. Ramon y Cajal no tenía medios para hacer sus investigaciones, tenía un microscopio que era casi de juguete, pero tenía su empeño, su imaginación, su intuición, toda la potencia de su alma y una vida de dedicación y sacrificio. No a todos podemos pedirles que sean héroes, pero a algunos sí.
¿Qué podemos entonces hacer?
Las grandes revoluciones no ocurren por actos individuales, es el espíritu de toda una época el que se hace notar en un momento dado en el que confluyen todos los esfuerzos que se han ido haciendo calladamente por muchas personas durante mucho tiempo surgiendo de pronto como una corriente irrefrenable. Yo tengo la esperanza, hay señales que parecen indicarlo, de que ahora estemos en uno de esos momentos de gran cambio. Y si es así no habrá interés alguno ni egoísmo que pueda contenerlo.
Nuestra ciencia se halla parapetada en el academicismo egepticista, en la afán de supervivencia de lo que se sabe caduco, en el hacer carrera y ganar prestigio, en el temor de ver que la gente (sin ni siquiera saber matemáticas) pretende ponerse a pensar a cerca de los misterios de la naturaleza y tratar de aportar soluciones novedosas y originales que puedan servir a la sociedad.
Las personas que tradicionalmente se han visto abocadas a estudiar letras o humanidades ante lo incomprensible – para ellos y ellas – de la ciencia, de la física y de la química especialmente, son las más apropiadas para pensar sobre la Naturaleza y hacer ciencia. Si estás leyendo esto y es tu caso, te diría que empieces a pensar por ti mismo o por ti misma sobre física atómica o sobre por qué se mueven los planetas. Porque lo que no entiendas de la física es que o no está bien explicado o es completamente arbitrario. Y cuando digo arbitrario me refiero a inventado. Las personas que se preguntan los por qués y no admiten arbitrariedades ni falsas convenciones son las más cualificadas para hacer física, aunque irónicamente lo más probable es que piensen – así se lo han hecho creer – que son las más negadas para ello.
A mi nada de esto me importaría un cuerno si no fuera porque las respuestas o más bien la falta de respuestas de la física actual está determinando el desarrollo o la falta de desarrollo de nuestra medicina. Y esto afecta a personas a las que queremos y a las que vemos sufrir indeciblemente.
La naturaleza es sencilla. Es infinitamente compleja pero su complejidad la alcanza a través de mecanismos infinitamente simples que pueden ser entendidos por la razón de una pequeña niña y de un pequeño niño, porque su mente es libre y se atreven a pensar sin prejuicios ni temor. Ellas y ellos siguen siendo la esperanza de quienes ya nos hicimos mayores.
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